BUFA DE SAN ANTÓN


Se celebra la víspera del Santo, el 16 de enero. Es la primera Mascarada de Invierno de la provincia de Salamanca y uno de los tesoros etnográficos que fue recuperado en el municipio. Este rito ancestral de origen prerromano e influencia pagana se mantiene fiel a sus orígenes: ahuyentar a los malos espíritus a través del sonido ensordecedor de cencerros, cazuelas y carracas.

 

DESARROLLO

Se reúnen todos los participantes, bufoneros, en el centro cultural donde se reparten los capirotes, que están adornados con cintas de colores, y los trajes de arpillera.

Después, se realiza una representación de “La Bufa” en el salón de actos. Al finalizar la actuación se sale al exterior para espantar a los malos espíritus recorriendo las calles del pueblo. Los asistentes al evento cogen paja de un carro y corren detrás del Judas y de la Urga (bruja) para ahuyentarlos. Al llegar a la plaza, quien sea cogido por uno de estos dos personajes, tiene que agarrase de la mano hasta ir formando una cadena con todos los que han sido atrapados.

Finaliza la fiesta con un convite popular, compuesto principalmente de empanadas y dulces típicos: perrunillas, mantecados y hojaldres, para el público que ha participado en la fiesta.

El día de San Antón, 17 de enero, se celebra misa en honor al santo y se bendice a los animales en la plaza del pueblo.

En la actualidad esta tradición se celebra durante el fin de semana.

 

ORIGEN DE LA BUFA

La Bufa de Aldeadávila de la Ribera está relacionada con las mascaradas y celebraciones de solsticio de invierno al igual que los pueblos vecinos de Bruçó, Vilarinho dos Galegos y Vale de Porco, localidades portuguesas cercanas al municipio de Mogadouro.

Es un rito ancestral de influjo pagano que sobrevivió a la cristianización por medio de su trasformación.

Actualmente es la  única mascarada de invierno que se celebra en la provincia de Salamanca. Comparte su origen con otras celebraciones que tienen lugar en provincias como Zamora o en regiones como la extremeña, todas comparten su intento por ahuyentar al ‘maligno’ y a los malos espíritus que deambulaban con la llegada de las noches de solsticio. Estas celebraciones fueron cristianizadas ante la incapacidad de la Iglesia por conseguir su desaparición, debido a la gran influencia que tenía entre la población.

La Bufa forma parte del patrimonio cultural inmaterial que guarda Aldeadávila. Se ha convertido en una seña de identidad y representa una de las tradiciones celebradas por nuestros antepasados.

Al igual que en las provincias de Orense, Zamora y Tras os Montes, en Portugal, La Bufa de Aldeadávila, como La Loa en La Alberca, es exponente de un patrimonio cultural de gran importancia antropológica.

 

TRADICIÓN

Hasta no hace muchos años, las bufas que se celebraban eran dos: la de San Amao (San Mauro) y la de San Antón (San Antonio Abad). Se realizaban las vísperas de las fiestas de estos santos, el día 14 y el 16 de enero respectivamente.

Al anochecer, los chiquillos del pueblo provistos de un instrumento que hiciese ruido: cuernos, aguisos (cencerro pequeño), cencerros, matracas, panderos, tapaderas, zambombas, almireces y castañuelas, se juntaban y lo hacían sonar recorriendo las calles hasta la casa del mayordomo para que los convidase.

Normalmente el convite consistía en una oblea, una rosquilla y un puñado de “chochos” (altramuces). Después cada uno regresaba a su casa finalizando la fiesta.

Por la noche comenzaba la bufa de los mayores, que eran los conocidos y amigos del mayordomo más los adultos que desearan participar.

Al día siguiente, el día de San Antón, se celebraba con la misa de mayordomía cantada, sermón y procesión en honor del Santo. Acompañaban al santo muchos jóvenes y adultos montados a caballo en sus mulos o asnos, principalmente los que habían hecho la promesa durante el año. Después echaban una carrera por las calles y se encaminaban a la casa del mayordomo para que les convidara. Finalizado el convite marchaban hasta Corporario, pueblo anejo a Aldeadávila, donde también celebraban la fiesta. Allí se juntaban con otros corredores y todos volvían al pueblo.

La mayoría de los vecinos ofrecían durante el año una, dos o más pares de pata de cerdo al Santo en agradecimiento porque los animales no hubiesen muerto cuando estuvieron enfermos. Esas patas se dejaban en casa del mayordomo y eran rifadas el día de la fiesta, o bien, unos días antes o después. Se llegaban a hacer dos o tres lotes si había muchos pies y con el dinero conseguido de la rifa se costeaban los cultos del Santo.

 

VESTUARIO APROPIADO

La indumentaria está inspirada en la burla que hacían los vecinos al obispo de Salamanca y a los franciscanos de Santa Marina que veían en las mascaradas un subterfugio para el demonio.

Las señales de está burla se revelan en los capirotes en forma de mitra y en las vestimentas realizadas con arpillera, simbolizando las ropas que vestían los monjes que habitaban el Convento de La Verde. El vestuario era adornado con cencerros a la cintura, vejigas hinchadas, cintas de colores y cualquier instrumento que sirviera para hacer ruido y, de esta forma, espantar al Judas y la Urga con el objetivo de evitar la esterilidad de sus animales y campos, papeles que representan a los malos espíritus y que cobran forma en un ser abominable, con aspecto de animal, y una bruja de poderes malignos.

En el vestuario de los bufoneros también encontramos la influencia portuguesa, representada en las máscaras y en las caras pintadas, con el fin de ser irreconocibles ante el mal y ante poder eclesiástico.